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domingo, 11 de agosto de 2013

Jump

Es complicado caerse en un pozo.
Enredarse con las raíces que crecen bajo tierra. Dejar de tener miedo a los insectos que dan vueltas por cientos de agujeros sin luz.
Pedir agua. Tener sed pero desear que no llueva para que no se genere un lodazal.
Acostumbrarse a la oscuridad, tener capacidad para optimizar la luz del día y no desesperar con los ruidos por la noche.
Y vivir la estadía con el deseo de salir. Con la fantasía que podrían crecer alas para volar.
Es más engorroso cuando el agujero que nos engulle lo construimos nosotros. Buscando bajo tierra objetos perdidos, tesoros viejos que perdieron valor.
Para suerte de los aventureros, también deambulan equipos de rescate.
Cuando no se puede solo, otros compañeros de viaje, amores nuevos y sobrevivientes, colaboran para encontrar la forma de subir. Hay que hacerlo con los pies, con las manos, con las uñas, con el cuerpo vivo.
Para entender que aunque sapos de otro pozo también podemos saltar con fuerza los días de lluvia.


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