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jueves, 12 de septiembre de 2013

Parirse huérfana

Parirse.
Convivir con el dolor por muchas lunas y algunas cosechas sin siembras. Llevarlo a través de las sequías y las inundaciones más poderosas.
Ser madrehija por la capacidad de sobrevivir sin depender del progenitor.

Salir de la oscuridad, enceguecerse con la luz y perder el sentido de orientación hasta que la vista comience a registrar ciertas formas que luego serán nombradas.

Un proceso sin comienzo ni final que se transita con la fuerza estimulante de la gravedad.
Dejar lo conocido por pequeño, por estrecho, por incómodo, por nauseabundo.

Y esa vida, un poco ahogada con los fluidos del nacimiento, se instala desde los pulmones bajo gritos de recién nacida y un corazón que sigue palpitando canciones de cuna.