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domingo, 24 de marzo de 2013

Tristeza de ramos

Mi formación temprana fue católica. Crecí creyendo en un hombre que moría enviado por otro ser superior  para pagar un pecado que yo nunca había sentido. Para redimirme del pecado de nacer.
Mis padres suponían que allí encontraría las respuestas que ellos no podrían darme a los misterios que sucederían a lo largo de la vida y exaltaría en mí el amor al prójimo.
Con el tiempo entendí que ninguno de los dos objetivos podían cumplirse con esa enseñanza impartida desde el autoritarismo y la falta de razones, donde todas las preguntas sin respuestas caían en una enorme bolsa para ser disueltas por el misterio de la fe.
Siempre me pone triste el Domingo de Ramos. Fue una de las últimas actividades que compartí con mi mamá antes de su partida de este universo material. Los olivos, la bendición y la idea de un Dios que nos amparaba del mal circundante son los recuerdos de esa jornada. Su presencia callada prestando atención ante aquello que para mí eran palabras sin contenido pero seguro lo tenían para ella, aferrada a esos palitos con hojas que llevaríamos a casa para garantizar que el manto protector continuaría todo el año.
No me gusta esta fecha. Me hace encontrarme con la parte vacía de la fe, la que no responde, la que no encuentra. 
Ya no podría participar de ese ritual que descreo pero por ser una persona que necesita de la materia, le encargue una ramita a una amiga que siempre concurre a misa.
Y es increíble como un olivo puede significar homenajear el recuerdo de quién pensó que te dejaba lo mejor que tenía.-

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