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jueves, 17 de mayo de 2012

Las mamás no se mueren

Cuando yo era pequeña no se hablaba de la muerte como se hace hoy. No existía el karma, ni la luz, ni los programas de Claudio Maria Dominguez. La gente grande murmuraba el suceso, y cuando un niño se acercaba lo echaban. Por lo tanto, el único conocimiento que yo tenía a mis once años, era que las madres no se morían. Morían los abuelitos o la gente muy viejita que además debía estar enferma.
En consecuencia, la señora de la hoz se encontraba bien alejada de nuestra vida familiar; la excepción era mi abuelo que había muerto obviamente por ser viejo (y bastante jodido, así que ni lo extrañaba) 


En el mes de Abril  mi madre me regaló (ella proveía toda mi lectura) "Cuentos para leer sin rimmel" de Poldy Bird. Si alguno leyó este libro super triste, entenderá por qué puedo ser el festín de cualquier psicoanalista. 
Los niños de mi grado leían Billiken o Anteojito y escuchaban a Menudo. Yo antes de ir a la cama me interesaba en unas páginas sin tener mucha idea de lo que era el rimmel, y por las tardes escuchaba Charly Garcia con mi hermano Ale...que pretendés con ese pasado! cantando a los gritos -detrás de las paredes que ayer te han levantado, te ruego que respires todavía...
En fin, la cuestión era que en el libro de la Sra. Bird, a la pobre mujer se le moría la madre cuando tenía ocho años. Y de grande relataba cuentos con sus recuerdos...una ternura! menos mal que los cuentos son parte de los libros.


Pero un mes después, en Mayo, moría mi madre. 
Estábamos en mi casa con los tíos de visita, se desmayó a causa de un ACV  (ataque cerebro vascular) perdió el conocimiento y en un par de horas, otra era la historia. La parca, la huesuda, la calaca o como quieran decirle, irrumpía en mi vida sin que nadie la llamara. 
Antes de saber el resultado de tan inesperada visita, me llevaron a la casa de mi abuela y no dormí en toda la noche (literalmente) porque rezaba, y rezaba, y rezaba, tal como me habían enseñado en mi amado colegio Católico Apostólico Romano. Y Dios, o sus traductores, me habían engañado con sus teorías.
La gente se moría. No se sabía cuando, ni cómo, ni por qué, ni a donde iba. Los rezos no eran infalibles, las seguridades no existían. Unos decían que era porque era muy buena y los ángeles querían tenerla con ellos...como alguien puede ser tan imbécil?


Hoy ya perdí la cuenta, pero de esta anécdota se van a cumplir más o menos treinta años. Puffff. 
Le contaba el otro día a Silvana, una amiga que perdió a su mamá hace poco, que es como vivir con un pozo hondo y profundo. A veces se llena con agua que viene de una lluvia de hijos, amores, amigos. Pero hay días, como este, que hay que convivir con un pozo que se transforma en agujero. Y nada lo llena. Y hay que aprender a mirarlo, nada más.
Seguramente si mamá estuviera, yo sería otra. Muy diferente? seguro. Pero mi acercamiento al arte y la lucidez de lo ilógico, es su legado. Una mina que reía mucho, pero a escondidas lloraba mucho también.


Te quiero mamucha. Algún día nos vemos y nos burlamos un rato de lo ridícula que sigue siendo la vida.
Algún día me das un abrazo, me volvés a contar La Cenicienta por décima vez,  me río a carcajadas y te demuestro que esos príncipes  no existen. Mientras tanto, gracias por amarme tanto.

2 comentarios:

BETA dijo...

Yo leo belleza. Y a alguien que, incluso dentro del pozo, está reconciliada. =)

Anónimo dijo...

hermoso