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viernes, 27 de abril de 2012

Ingenua

Lo entendía. 
Podía elegir olvidarte. Y cuando digo olvidarte me refiero a no traer recuerdos donde no los hay. Escuchar canciones sin que signifiquen algo. Citar algunas frases sin melancolía. Comer alfajores de maicena y no mencionar la anécdota del señor que no quiso que los pagaras.
Es decir narrar la vida y que nuevamente las cosas en si mismas, carezcan de algún significado.


Ahora lo entendía. No era que no podía olvidar; no quería.
Y no lo quiero ahora que lo comprendí como un secreto revelado.
Yo quiero retenerlo en la memoria.
Me gusta cuando hablo con alguien que tiene el color de tu voz porque me vuelve a producir una sonrisa escondida. Quiero acordarme de los sucesos que multiplicaban las sincronías.
Selecciono las escenas que se quieren ir al baúl de los olvidados y las rescato. 
Unos creen en Dios y eso los ayuda a vivir, los sostiene. 
Otros creen en Satanás y con la presencia de su maldad justifican el infierno de sus días.
Yo creo en vos. Injustificadamente. Infantilmente. 
Pero creo.
Y pocas veces podemos desechar aquellas cosas que aceptamos como ciertas.

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