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lunes, 25 de abril de 2011

Palabrotas

Tenía miles de palabras sin decir. Daban vueltas y vueltas buscando un lugar. Al acumularse comenzaron a salir por los oídos, por la cuenca de los ojos, por la nariz. Llenaban el espacio dentro del cerebro y me provocaban grandes dolores de cabeza. Entonces decidí darles sepultura. Tomé una caja de un tamaño considerable y las fuí depositando verbalmente. Al terminar sellaba con cuidado cada hendidura para que ninguna saliera sin finalidad. Y ahí se fueron quedando, armando oraciones y conjugando mal los verbos, en un caos sin principio ni puntos finales, sin necesidad de encontrar un nudo y desenlace. Una amalgama de amores rotos, preguntas irresponsables y delirios varios. Como todo, algunas cumplieron su ciclo vital y desaparecieron. Otras se fugaron cuando puse nuevas palabras. Y las que quedaron fueron convertidas en cenizas, un día que necesitaba encender un fuego. Es importante deshacerse de las palabras que no serán dichas, de aquellas que no tienen alguien que las escuche. Aunque sean agradables o hirientes, verdades, semiverdades o mentiras, no deben ocupar lugar en los pensamientos. Aunque el riesgo sea equivocarles el destino.

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