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martes, 29 de noviembre de 2011

Como crear el mundo en siete días

La primer noche Camila no pudo distinguir la luz de la oscuridad. Todo era oscuro. No había sombras, no entraban reflejos a través de las rendijas de la persiana ni tenía miedo a los objetos imaginarios que viven en las habitaciones apagadas. Todo era silencio.
La segunda noche abrió los ojos para distinguir si lo que se movía bajo su cama era un monstruo o la gata que quería salir de la habitación. Al distinguir un animal comprendió que ya nada era tan negro si dejaba la luz de la mesita de luz prendida. Ahí comenzó a destilar su ira diciendo en voz alta los insultos más descalificantes que encontrara según un orden alfabético. Comenzando por la A... fue difícil porque "animal" era un elogio. Con la B tuvo más suerte ya que estaba el clásico "boludo" y otros que fueron surgiendo. Así llegó la mañana para certificar que existía el día y la noche.
En la tercera noche empezó el clásico repaso de acciones donde no entendía nada. Si Gabriel la había querido tanto por qué de pronto todo había terminado. El despertador vibró la alarma de las seis sin encontrar respuesta.
Llegando a la cuarta noche encontró algunas respuestas poco probables. Se quedó dormida después del llanto y se despertó con el -buenos días país! del noticiero matinal. Mala forma de empezar la jornada.
Era la quinta noche; repasó todos los libros de autoayuda que le prestaron sus amigas. Como no le resultaron sabios se dedicó a escuchar a todos los pastores que se ocupan en la madrugada que la gente no se suicide. Prefirió levantarse y desayunar a las cuatro de la mañana para evitar ser despertada por una alarma o el televisor indistintamente.
A la sexta noche ya estaba muy cansada: de ella, de él, del llanto, de las preguntas, del destino, de la vida misma que hace nudos y desanuda, de la gata que maullaba y de los mails preguntando como estaba. Llegó a la conclusión, luego de tomarse una botella de vino, que Gabriel y ella podían ser unos imbéciles. Pero que esto en lenguaje adulto se denomina saber hacerse cargo de los riesgos.
La séptima noche atendió el teléfono. Era su hermana un tanto preocupada. Se quedaron conversando y Camila se rió de una anécdota. Prometió que al día siguiente pasaría por su casa a cenar.
Se acostó a descansar. Había comenzado un nuevo mundo...

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