Cuando era pequeña en edad leíamos con mi hermano una colección de libros titulada “Elige tu propia aventura”; una serie de cuentos con diferentes finales como su nombre lo indica. La introducción era común a toda la historia pero luego de la segunda página se planteaba elegir dos opciones diferentes para el protagonista. Y decía algo más o menos así..si quieres que Jenny investigue que hay en la selva ve a la pag.5..si quieres que Jenny continúe por el camino planeado ve a la página 10...
Leí muchísimas veces esos libros y cuando ya me aburrían le jugaba una competencia a mi hermano. Uno leía y el otro elegía; el que tuviera mejor final ganaba (me encantan esos planteos intrascendentes de la infancia...que se podía ganar?) Por supuesto yo conocía muchas de las variantes y ganaba la mayoría de las veces. Pero otras, generalmente cuando eran más de dos opciones, me olvidaba que sucedía, entonces acudía a las trampas infalibles de todo juego de niños. Sin que Diego me viera chusmeaba las primeras palabras para ver de que se trataba la opción. Pero a veces mi memoria fallaba, terminaba perdiendo, y encima de la bronca tenía que aguantar todas las cargadas posibles.
Cuantas veces, siendo grande en edad pero pequeña en sentimientos, tuve que elegir mi propia aventura. Antes de optar intentaba prever los primeros acontecimientos y muchísimas veces no sucedía lo que esperaba.
Con el tiempo empecé a jugar el juego de mi hermano; dejarme llevar por mis emociones y percepción..que haría Jenny si fuera yo? No puedo decir si gané porque ya no hay competencia, pero ahora me enojo mucho, muchísimo menos que antes.-